La conquista del tiempo y el espacio en la navegación - John Harrison

Hoy trataremos un aspecto bastante desconocido de la historia pero que, sin duda, fue vital en lo referido a la exploración y el dominio de los mares.
Durante la "Era de los descubrimientos", desde los viajes de Vasco da Gama a la India y Cristóbal Colón a América, los europeos se afanaron por descubrir, explorar y conquistar todo aquello que había al otro lado de los inmensos océanos, eso que antes era terra incognita.


Theatrum Orbis Terrarum



El mapa que podéis ver forma parte del Theatrum Orbis Terrarum, el primer atlas moderno, y muestra cómo en 1570 ya se había cartografiado grandes partes de estas nuevas tierras, con unos bordes muy definidos. Sin embargo, Oceanía y el Pacífico Sur seguían escondidos a ojos de los cartógrafos. Esto se debe a que, al ser islas más pequeñas y no un enorme y macizo continente como África o América, necesitaban establecer las coordenadas exactas de latitud y longitud para encontrarlas, algo complicado para esa época.


La latitud se podía determimar fácilmente con la posición del sol o las estrellas, pero la longitud era otra historia. Como no existía ningún instrumento para ello, se podría determinar sabiendo la hora precisa en el mismo instante entre dos lugares (teniendo en cuenta que cada hora corredondería con 15° de longitud en la superficie de la Tierra). Por ello, se intentó averiguar la longitud conociendo ya la hora de partida, pero los métodos de la época unidos, sobre todo, a la inestabilidad y el balanceo de los barcos hacían que fuera imposible calcular con exactitud qué hora era en alta mar, por lo cual no se podía averiguar la longitud.

El problema del cálculo de longitud dificultaba mucho los viajes y hacía la vida imposible a los marineros, además de impedir colonizar las recónditas islas de Oceanía. La nación que supiera hallar la longitud en alta mar ganaría una enorme ventaja marítima frente a sus rivales, por lo que las principales potencias marítimas europeas de la época (Inglaterra, España, Francia, Portugal y Holanda) emprendieron una frenética lucha para ser los primeros en descubrir el secreto de la longitud, que podría ser comparable a la carrera espacial que protagonizaron EEUU y la URSS.

Fue entonces cuando proliferaron nuevas teorías y métodos fantásticos e inimaginables, basados en mareas, eclipses lunares, variaciones de las agujas imantadas o hasta la observación de los satélites de Júpiter. Un sinfín de sistemas destinados a hallar la longitud, algunos más científicos que otros, pero que no llegaron a conseguir calcularlo y, en el mejor de los casos, lo hacían con un grandísimo margen de error.
Mientras tanto, la situación en el mar sin conocer la longitud llegaba a ser, en ocasiones, un caos. Los barcos se retrasaban, naufragaban o se perdían y acababan quedando desiertos por la letal acción del escorbuto y el hambre.

Tal era la importancia de este cálculo y la incapacidad de hacerlo que su investigación se empezó a motivar con premios. En 1567 Felipe II ofreció un gran premio a quien lograra solucionar el problema, y en 1598 Felipe III aumentó la cuantía del premio, pero seguía sin haber un ganador. En Inglaterra se creó en 1707 la Junta de la Longitud con el mismo objetivo de controlar los premios, pero sólo se concedían premios menores, ya que las soluciones propuestas tenían un gran margen de error.


Esto fue así hasta que en 1737 John Harrison, un relojero inglés, presentó ante la Junta de Longitud su primer modelo del 'cronómetro marino', un reloj no basado en péndulos, sino en ruedas dentadas (sí, como los relojes mecánicos actuales) por lo que se podía llevar a alta mar y dar la hora exacta, el requisito que faltaba para calcular la longitud. 

Grabado a media tinta de John Harrison en 1767.
Conservado en el Museo de Ciencias de Londres

Harrison, empeñado en que su idea no estaba acabada, la perfeccionó diseñando diversos modelos, conocidos como H1, H2, H3, H4 y H5. Con el H4 hizo un viaje a Jamaica en el que el reloj sólo se retrasó 5 segundos. Sin embargo, la Junta se mostró reacia a darle el premio principal, y no le dio más que uno menor.

H1, el primer reloj marino, probado en 1736

H4, uno de los primeros relojes portátiles
precisos para la época, pues solo se retrasaba 1 segundo por día.
Desarrollado en 1759
Pese a no ser reconocido en su totalidad, el invento de Harrison permitió a los navegantes calcular la longitud y a Gran Bretaña ser la primera nación en hacerlo, lo cual sin duda ayudó en su ascenso como Señora de los Mares. En 1772, James Cook usó para su segundo viaje uno de los cronómetros marinos de Harrison, afirmando que este había superado todas sus espectativas. Sin embargo, Harrison tuvo que pedir ayuda al Rey en persona ya que la junta no reconocía su esfuerzo. Al final se le concedió un premio, pero ni era el mayor premio ni se declaró ganador de la competición a este inventor de lo que podrían ser los tatarabuelos de los actuales relojes mecánicos que todos conocemos, un invento no muy reconocido pero que acabaría revolucionando no sólo la navegación, sino también la forma de medir el tiempo, con relojes portátiles, más pequeños, exactos y fiables que los de péndulo.


"Harrison, John" en Chrisholm, Hugh. Encyclopaedia Britannica. (13º edición)
"The Harrison Clocks" en Astronomy U3A


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