Sí, sí, has leído bien, por el
tejado. No, no hablamos de Papá Noel ni de asaltantes de casas, sino
de los habitantes de Çatal Huyuk, una de las primeras ciudades
humanas, allá por el lejano Neolítico. Parece que por aquel
entonces no tenían el mismo concepto de ciudad que tenemos nosotros
ahora, sino uno muy distinto. Y es que, en los albores del neolítico,
surgieron a la luz formas de organizar la sociedad y de asentarse muy
peculiares, que han ido cambiando a lo largo de la historia hasta
quedar olvidadas. Pero antes de adentrarnos en el urbanismo,
empecemos viendo cómo surgió esta ciudad, el
primer gran intento de concentrar a una numerosa comunidad sobre un
suelo firme.
Viajamos a la Era Neolítica, más
precisamente en torno al 7.500 a.C. En pleno neolítico, habiendo
desarrollado las nuevas (y primeras) técnicas agrícolas, los
humanos que por entonces poblaban la tierra ya no necesitan correr
como locos detrás de los mamuts ni desplazarse río arriba en busca
de peces y bayas, así que comienzan a asentarse en lugares fértiles,
bien defendidos y con un clima favorable.
En la península de Anatolia surgieron
muchos de estos asentamientos, como Çayonu, Cafer Höyük o Hacilar,
erigidos como bastiones en los que la humanidad se unía y refugiaba
del vasto, extraño y hostil mundo que habitaban. Pero el más
destacable, por ser el más grande y mejor preservado de la época
neolítica, fue Çatal Huyuk, en la zona sur de la península.
Según los expertos, entre 5000 y 8000
hombres y mujeres neolíticos llegaron a habitar la ciudad, aunque su
número varía a lo largo de su larga -pero, claro, indocumentada-
historia.
La urbe estaba compuesta por casas
rectangulares de entre 20 y 25m², construidas con
adobe. Pero lo peculiar de esta ciudad es que todas sus casas estaban
adosadas unas con otras. Sí, por extraño que pueda parecer, no
había calles ni ningún tipo de pasaje entre las diversas viviendas,
y entraban a ellas por el tejado. Caminaban sobre los tejados de las
casas, como si fueran calles, usando escaleras que les permitieran
comunicar los diferentes niveles de los tejados de las viviendas (no
me quiero ni imaginar cómo sería vivir debajo de una “calle”
central o muy transitada, con el tamborileo constante de la gente
pasando sobre tu tejado).
Además, debido a
que las casas estaban todas juntas, no podían abrir ventanas, de
manera que la abertura del tejado que les permitía entrar y salir de
casa también hacía de chimenea, aireando el hogar y permitiendo
salir el humo de su arcaica cocina. Además, se reunían en las
terrazas sobre sus casas, que en ocasiones, conformando grandes
espacios abiertos, llegarían a ser algo similar a una plaza en la
actualidad. Sólo que, claro, situada sobre las viviendas de la
gente.
Representación animada sobre cómo sería la ciudad de Çatal Hoyuk |
Pero lo único
llamativo de Çatal Huyuk no es su peculiar urbanismo: sus
habitantes, por lo menos según los restos descubiertos, vivían de
manera igualitaria, ya que no se ha encontrado ninguna casa que, por
sus características, pudiera pertenecer a una familia superior, como
una monarquía o una casta religiosa. Además, no parece haber una
diferenciación en cuestión de género: hombres y mujeres debían
tener un estatus social parecido.
También sabemos que
la ciudad entabló relaciones comerciales con sus vecinos, de los que
importaban sílex y conchas. Ellos, por su parte, cultivaban cereales
(principalmente trigo y cebada), garbanzos, lino... Los árboles de
las colinas cercanas también les suministraban alimento, ya que de
ellos obtenían manzanas y diversos frutos secos. Además, también
se dedicaban a la pesca y la caza, de la que obtenían parte de las
proteínas animales. Ya habían conseguido domesticar a la oveja y,
sobre la agricultura bovina, bueno, estaban en ello.
Además empezaron a
desarrollarse artesanías como la elaboración de cerámica y la
forja de diversas herramientas hechas con obsidiana. Nuestros
peculiares habitantes también fueron pioneros en la fundición del
cobre, aunque, como veremos a continuación, no era lo único en lo que innovaron.
Si bien, como hemos
comentado al principio, todas las casas tenían una estructura y un
tamaño parecido, hay algunas que se han encontrado muy decoradas,
mostrando los primeros restos de arte
neolítico. Sobre las paredes pintaban frescos con las típicas
escenas de caza, danzas rituales o representaciones de animales ya
extintos, similares a los toros.
Además, decorando
estas especiales y, suponemos, sagradas estancias, colgaban de las
paredes bucráneos, relieves de arcilla representando cabezas de
bueyes y toros, en ocasiones con cuernos de verdad.
Reconstrucción de cómo podría ser una habitación de la ciudad, en base a los restos encontrados. |
Según algunos
arqueólogos, estas viviendas profusamente decoradas formarían una
especie de santuarios públicos, en los que rendirían culto a sus
dioses y realizarían toda clase de rituales en honor a ellos, ritos
que formarían parte de su día a día y de sus costumbres, ritos ya
olvidados, ocultos por la densa e inevitable niebla del tiempo que
consigue separarnos de nuestros antepasados y olvidarles. Menos mal
que están aquí la historia y la arqueología para, dentro de lo que
pueden, sacarnos del apuro.
Como decíamos, es
en esta clase de santuarios donde más podemos apreciar la riqueza de
su cultura, pero también de su religión. A lo largo de todo el
recinto se encontraron estatuillas con la típica figura de la Diosa
Madre, a la que, suponemos, adorarían, agradeciéndola los bienes
que la naturaleza les ofrecía (qué bien nos vendría ahora algo
parecido, que nos enseñara a dar las gracias por el planeta del que
formamos parte y del que dependemos, en lugar de destruirlo). Sin
embargo, no era el único motivo representado en las estatuillas, ya
que también aparecieron, sobre todo, figuras de animales. Sobre los rituales fúnebres, sabemos que enterraban a sus muertos en la ciudad, debajo de sus casas.
Para acabar, vemos
otro curioso hallazgo encontrado en uno de estos santuarios,
mostrando lo que sería, según algunos expertos, un mapa de la
ciudad con los dos picos Hasan Dağı al
fondo. De ser así significaría que este es, por lo menos según los
restos que conservamos, el mapa más antiguo del mundo, el primero en
el que el ser humano decidió representar una vista aérea de lo que
le rodeaba.
Posible mapa de Çatal Hoyuk, con la ciudad al sur y al norte los picos Hasan Dagi. |
No obstante, otros arqueólogos lo interpretaron como la piel de un
guepardo o simplemente un diseño geométrico cuyo único fin era
decorar la casa.
Sin
embargo, nada en el mundo es eterno, y Çatal Hoyuk no iba a ser
menos. En torno al 5.700 a.C. la ciudad sufrió un gran incendio,
y el asentamiento quedó abandonado.
Fueron
estos antiguos ciudadanos de Çatal Hoyuk los que, abandonando su
antiguo hogar, poblarían la llanura en torno al Tigris y el
Éufrates, desarrollando, con el paso de los siglos, las grandes
civilizaciones que habitarían esta zona, en los albores de la
historia propiamente dicha.
Por
lo tanto, Çatal Hoyuk fue una de las primeras ciudades erigidas por
el ser humano, con una proyección urbanística muy diferente a la
actual, lo que nos enseña que las ciudades no siempre estuvieron
regadas de calles que dividían los diversos edificios, algo que
ahora nos parece imprescindible. ¿Cómo sería para cualquiera de
nosotros vivir en una ciudad como Çatal Hoyuk? Y, de igual manera,
¿qué pensaría uno de los habitantes de esta ciudad, tan remota en
el tiempo, si tuviera que vivir en una urbe actual? Como mínimo se
llevaría una buena sorpresa, eso seguro.
Pero,
como hemos visto, la ciudad más grande descubierta del mundo
prehistórico, no sólo llama la atención por su urbanismo peculiar,
sino por una cultura y unas tradiciones muy ricas, perdidas con el
tiempo, y una sociedad basada en la equidad. Tal vez estos antiguos restos de los primeros humanos en asumir la vida en la ciudad puedan enseñarnos algo, quizás, algo que perdimos por el camino.
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