Los vacceos: el pueblo prerromano que habitó Valladolid

Las costumbres de nuestros antepasados nunca dejarán de sorprendernos. En este caso, hablaremos sobre los peculiares ritos de los vacceos, que poblaron la zona de Valladolid antes de que la omnipotente Roma irrumpiera bruscamente en sus vidas.
Pero primero, para ubicarnos mejor, haremos un repaso por encima sobre quiénes fueron estas gentes:

Los vacceos, como ya hemos dicho, eran un pueblo prerromano que ocupaba el sector del valle medio del Duero (aproximadamente, las regiones de Valladolid y Palencia), rodeados por los cántabros al norte, astures al noroeste, vettones por el suroeste y arévacos hacia el sureste.
Lo que sabemos sobre ellos se debe, por una parte, a las excavaciones encontradas en toda la región de Valladolid, y por otra gracias a las fuentes escritas que los cronistas romanos nos legaron al tratar sobre las distintas campañas militares en el interior de la península. Pero por desgracia no tuvimos la “suerte” que tuvieron los galos cuando Julio César, en su afán imparable de conquista, escribió en su De bello gallico todas sus impresiones e investigaciones sobre los pobladores de aquella región que se extendía al otro lado de los Alpes. De modo que sólo nos queda contentarnos con la exigua información que nos brindaron aquellos cronistas que se adentraron junto a las legiones más allá del levante ibérico, apoyada y ampliada por la investigación en las excavaciones arqueológicas.

Podemos decir que la economía de los vacceos se basaba, como era normal en aquella época, en la agricultura y la ganadería. Cultivaban el cereal de manera extensiva y en su cabaña ganadera tenían un lugar destacado vacas, ovejas y cabras, estas últimas destinadas, especialmente, a la producción de lana. El caballo, por su parte, jugó un papel muy importante en el ámbito militar; no hay más que ver los constantes elogios que los historiógrafos romanos realizaron hacia la caballería celtibérica.
Sin embargo, los vacceos no se dedicaban únicamente al sector agrícola y ganadero. Los numerosos restos arqueológicos nos cuentan que se sirvieron del excedente de grano para intercambiarlo por productos metálicos con los que elaborar obras de herrería y orfebrería, de las que aún se conservan restos.
Esto prueba que los intercambios comerciales eran frecuentes, y no sólo con los pueblos que los rodeaban sino más allá, llegando a tratar con los pobladores cántabros de Álava.
De hecho, los vacceos estaban hermanados con otras ciudades-estado de su entorno, hasta tal punto que llegaron a prestar ayuda a los habitantes de Numancia cuando fueron asediados por los invasores romanos. Fue precisamente éste acto lo que firmó su sentencia, ya que, una vez que Numancia había caído, vieron cómo las legiones avanzaban imparables hacia ellos. Sus estériles intentos de lucha no lograron salvarlos de la destrucción y el olvido.

Pintia, la única necrópolis vaccea encontrada por el momento, cerca de Padilla de Duero (Peñafiel)


Pero lo más curioso sobre el pueblo vacceo eran, como adelantábamos al principio, sus rituales fúnebres. Se distinguían tres tipos:

En primer lugar, el tratamiento estandarizado para con los muertos consistía en la cremación y posterior enterramiento de los restos. Estos se introducían en ajuares funerarios, que se acompañaban de cualquier elemento que pudiera simbolizar el estatus del fallecido, como armamento o joyas, entre las cuales podríamos encontrar broches, pendientes, collares, anillos... Gracias a esto sabemos que eran una sociedad muy jerarquizada, dirigida por una oligarquía guerrera, cómo no, al más puro estilo celta.

Aquellos niños que habían sufrido la desgracia de morir en el parto o a los pocos meses de edad (algo que, si tenemos en cuenta las condiciones de la época, no debía ser demasiado extraño) eran inhumados bajo los suelos de las viviendas.

Por último, dada la importancia que recibía la lucha en aquella sociedad (no olvidemos que los guerreros dirigían toda la vida política y social del oppida, el asentamiento vacceo fortificado) aquellos que habían muerto en combate recibían un tratamiento especial: exponían sus cuerpos a la intemperie, esperando que los buitres devoraran sus entrañas y las llevaran con ellos a los cielos.
Gracias a estos carroñeros, los guerreros conseguían ascender al Más Allá, elevarse por encima de los mortales y conseguir la gloria eterna digna de aquél que había muerto valientemente en la batalla.

Como hemos visto, los vacceos fueron un pueblo de unas tradiciones ricas y llamativas, con un importante desarrollo agrícola y artesanal y un profundo respeto a los muertos y al “arte” del combate, que resistieron como pudieron ante la apisonadora de guerra romana hasta quedar barridos por la civilización que haría del Mediterráneo su mar personal.

Acabaron convirtiéndose en parte de la leyenda de esta tierra, quedando su necrópolis como testimonio silencioso de toda una cultura. Han estado olvidados durante mucho tiempo, esperando el momento de desvelar al mundo su cultura, sus ritos, sus creencias, en fin, su alma. Ahora depende de nosotros no sólo continuar redescubriéndoles, sino también conservar su legado como se merece.


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