El caballo siempre ha sido, desde
tiempos prehistóricos, un fiel aliado del ser humano una vez
domesticado, aunque en muchas ocasiones nos hemos aprovechado de
estas inocentes criaturas, forzándolas a entrar en el ponzoñoso y
cruel mundo del enfrentamiento humano, y en muchas ocasiones millones
de équidos inocentes acabaron su vida en la punta de una pica o
diezmados por el fuego de un mosquete, atravesados por una flecha
silbante o heridos por el filo de una espada.
Es la historia de cómo el ser humano,
en su afán autodestructivo, emplea todos los medios de los que
dispone (y si no dispone de ellos, se las ingenia para crearlos) para
destruir a sus semejantes.
Pero, acabando ya con esta
autorreflexión, pasemos a lo que nos ocupa.
La caballería, dadas sus peculiares
características, dominó durante siglos los campos de batalla, pero
ya en el siglo XIX entró en declive, debido al avance de las armas
de fuego, cada vez más modernas y letales, que hicieron que los
regimientos de caballería, poco a poco, acabaran cayendo en el
olvido.
Sin embargo, aún en los albores de la
Primera Guerra Mundial podía ser algo frecuente observar a los
caballos como protagonistas en algunos campos de batalla. Sin
embargo, el desarrollo de los carros de combate y las armas
automáticas acabaron por enterrar definitivamente el concepto de la
caballería como arma de guerra, y estos equinos serían relegados a
labores de logística y transporte. No hay más que observar las
cifras: del millón aproximado de caballos que fueron usados en
labores de combate, apenas 60.000 sobrevivieron a las ametralladoras
y el fuego enemigo.
No obstante, aún después de la
Primera Guerra Mundial encontramos ejemplos de la participación de
los ya oxidados regimientos de caballería, eso sí, en situaciones
desesperadas donde eran el último recurso, como la famosa carga de
los ulanos polacos contra los Panzers.
Sin embargo, esta no fue la última
carga de caballería de la historia ya que se conoce, al menos, una
más, realizada en condiciones un tanto semejantes: un bando
desesperado, viéndose desbordado por la superioridad enemiga, emplea
todos los recursos de los que dispone e intenta maniobrar lo mejor
que puede para salir al paso.
El Regimiento de Caballería de Saboya en la Batalla de Isbuschenski, de la que hablaremos a continuación. |
Era una tarde cálida de verano, en la
interminable estepa rusa. Era el 23 de agosto de 1942, en plena
ofensiva alemana. Los soviéticos habían resistido el avance por el
río Don, e incluso habían iniciado un contraataque, intentando
romper el frente para cortar el constante flujo de hombres y
suministros alemanes a Stalingrado.
En la estepa de Isbuschenski, tres
regimientos italianos de la Caballería de Saboya, formados por 600
jinetes dirigidos por el coronel Alessandro Betoni se encontraron de
frente con la contraofensiva soviética, protagonizada en aquel
sector por 3000 soldados del 812º Regimiento siberiano.
Estandarte del Regimiento Savoia Cavalleria
|
En mitad de la noche los rusos habían aprovechado para cruzar el Don y establecer posiciones de avanzadas en la otra orilla, hecho que pudo comprobar la avanzada de reconocimiento italiana.
La situación del Regimiento Savoia
Cavalleria era, cuanto menos, desesperada: se encontraban
aislados, más de 50 kilómetros distaban entre el resto de las
fuerzas estacionadas en el frente, y los soviéticos se esforzaban
por rodearles para poner punto y final a la existencia del
regimiento, hecho que les permitiría abrir un hueco enorme al otro
lado del Don, donde poder desplegar sus tropas.
Las horas pasaban, lentas y
angustiosas, mientras sus unidades de reconocimiento tanteaban las
posiciones y el tamaño de las fuerzas soviéticas y el regimiento de
caballería formaba en cuadro.
Fotografía del coronel Bettoni, en el centro de la imagen. A su derecha, el teniente Genzardi. |
Finalmente, con la llegada del alba se escuchó un pequeño silbido, cientos de sables siendo desenvainados, acompañado de un grito que rompió bruscamente el inquietante silencio reinante,
Inmediatamente el
suelo empezó a retumbar y un rumor se escuchaba por toda la estepa,
un ruido ya olvidado, perdido en el tiempo, que había sido condenado
al olvido, sustituido por el letal silbido de las ametralladoras.
Cientos de
herraduras chocaron contra el suelo, recuperando de nuevo aquel
sonido olvidado, tan común hace siglos, el de caballos que galopaban
velozmente, cargando contra su enemigo, sólo que esta vez no eran
picas, ni espadas ni mosquetes lo que tenían frente a ellos, sino
furiosas ametralladoras y estridentes morteros que rasgaban la tierra
con sus explosiones.
Y así, en la mañana del 24 de agosto,
un destacamento del I Regimiento de Caballería de Saboya cargó
contra las líneas rusas, sin duda sorprendidas por el uso de una
táctica tan arcaica, abocada al fracaso.
Casi dos de cada tres jinetes del
primer escuadrón acabaron cayendo muertos al suelo de la estepa,
inundado por el rocío de la mañana. Era el precio que había que
pagar por intentar oponer el caballo y el sable a las ametralladoras
y los fusiles.
Sin embargo, el II Regimiento se había
lanzado contra el flanco izquierdo ruso, contra el que cargó con
mayor éxito y, una vez llegado al cuerpo a cuerpo, la victoria allí
fue aplastante. Entonces se lanzó finalmente una última carga
frontal contra lo que quedaba allí del Ejército Rojo, desbordado
por los flancos y desorientado en un combate cuerpo a cuerpo que no
se esperaba. Esta nueva carga acabó por disuadir a los hombres del
812º Regimiento Siberiano que aún seguían en pie.
Tras verse superados ampliamente por la
caballería italiana, los remanentes del Ejército Rojo abandonaron
la zona, cruzando el Don de la manera más organizada que pudieron
(aunque las circunstancias hacían que una retirada bien estructurada
fuera difícil) y finalmente se retiraron a la otra orilla.
Restos del II escuadrón reagrupándose. Los caballos sin jinete ofrecen mudo testimonio de la crudeza del combate. |
El enfrentamiento finalizó con
aproximadamente 250 bajas entre el Regimiento Siberiano soviético y
32 entre la Caballería de Savoya, junto con casi doscientos caballos
que cayeron presa del fuego ruso. La retirada soviética dejó a los
italianos 500 prisioneros y un suculento botín: fusiles automáticos,
ametralladoras y morteros pesados y ligeros.
Y así las líneas rusas acabaron por
romperse ante la fuerza de las continuas cargas simultáneas del
Reimiento Savoya, que pudieron evitar el cerco y lograron que los
rusos se retiraran a la otra orilla del Don.
Con esta última entrada se cerraría
para siempre el libro de las gestas de caballería, un libro ya
viejo, en el que tanto se escribió desde la Edad Antigua,
especialmente en el Medievo y en la Edad Moderna, donde la caballería
fue un elemento vital que pudo cambiar las tornas de no pocas
batallas.
A mi me sabe muy mal por los Caballos !!!
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