El Camino Español - de Milán a Bruselas

Desde que estallara la guerra de Flandes en 1568 , los diversos monarcas españoles, empeñados en conservar su herencia, centraron las arcas del Estado y la sangre de sus súbditos en mantener estos territorios, lo que llevaría al agotamiento económico y militar del país.
Durante los ochenta largos años que duró el conflicto se estableció un flujo continuo de tropas camino a Flandes. Pero, ¿cómo llevar a todo un ejército, más sus acompañantes, a una zona de conflicto a mil kilómetros de distancia y rodeada por países hostiles? No olvidemos que Francia llevaba siendo enemiga de la Monarquía Hispánica ya desde los tiempos de los Reyes Católicos, que diseminaron su descendencia por toda Europa buscando aislarla.

La situación era peliaguda, ya que sólo tenían dos opciones: la primera era llevar al ejército por mar, atravesando el Canal de la Mancha y desembarcando en Amberes. No obstante, esta travesía, aunque era la más rápida, también era muy arriesgada: el Canal de la Mancha estaba controlado por Inglaterra y, teniendo en cuenta las tensas relaciones entre Isabel I y Felipe II, no era buena idea pasar por sus aguas con barcos a rebosar de soldados en su interior. Además, estaba la amenaza de Francia y la de la propia armada holandesa que, aunque al principio no parecía una amenaza, cobró protagonismo cuando en 1628 consiguió capturar la Flota del Tesoro Español, y especialmente cuando frustró uno de los intentos de enviar soldados a Bélgica por mar, en la batalla naval de las Dunas, donde hundió gran parte de la armada española destinada a la operación. Desastres como el de las Dunas se repitieron a lo largo de todo el conflicto, lo que mostró que la vía marítima no resultaba para nada viable.

Finalmente la solución consistió en bordear Francia por el este, atravesando varios territorios que, o bien eran aliados, o bien estaban bajo el mando directo de Madrid. Para ello fue necesario unir un conjunto de rutas comerciales que ya existían con anterioridad, y acondicionarlas para que pudieran pasar por ellas los miles de soldados que eran enviados cada año a combatir a Flandes. Aunque el trayecto terrestre era más largo y llevaba más tiempo (más o menos cuarenta y cinco días, dependiendo de las variaciones que hicieran en la ruta), sin duda era el más seguro.

Pero la planificación del itinerario no era lo único complicado a la hora de llevar los ejércitos a Flandes. Además, se necesitaba asegurar el continuo abastecimiento de la tropa, una tarea difícil teniendo en cuenta, además, que en algunos casos los soldados iban acompañados por sus familias, lo que aumentaba de manera considerable el número de bocas que alimentar.
Para ello se empleó el sistema de etapas: en los lugares por donde iba a pasar el ejército se contrataba el suministro de comida con antelación, y así cuando llegaban a una ciudad estaba todo preparado para ofrecerles alimento y hospedaje, sin que el mercado local se viera desbordado por la ingente demanda de alimentos, y cuando se iban la economía de la urbe volvía a su funcionamiento normal.

El Camino Español, cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau

El primero en usar la ruta fue el Duque de Alba en 1567, cuando fue nombrado Gobernador de los Países Bajos y acudió con su ejército para sofocar con la fuerza de las armas las insurrecciones que empezaban a tener lugar en tierras neerlandesas. Le acompañaron un ingeniero y 300 zapadores, encargados de expandir la anchura del camino allá donde fuera tan angosta como para impedir el paso de los tercios.

Desde entonces quedó establecido (aunque sería sometido a constantes variaciones) el itinerario que una vez al año, a lo largo de los ochenta años de conflicto, seguirían miles de soldados para acudir allá donde la monarquía les requería. A pesar de ser un trayecto un tanto peligroso debido a que en ocasiones se encontraba a menos de cincuenta kilómetros de la frontera francesa, demostró ser efectivo, pues permitió el continuo flujo de tropas desde las costas mediterráneas a las nórdicas.
El ejército salía de la Península Ibérica por los puertos de Barcelona y Cartagena, desembarcando en Génova para acabar estableciéndose en Milán, que apenas llevaba unos años en manos españolas (desde el tratado de Cateau-Cambrésis de 1559). Allí, emprendían la marcha hacia el Franco Condado, un territorio entre Suiza y Borgoña controlado por los Habsgurgo desde 1493. Pero antes debían atravesar los Alpes, y la mejor manera de hacerlo era por el Ducado de Saboya. Después de dejar atrás el Franco Condado, marchaban hacia Lorena. La última etapa del largo y fatigado viaje pasaba por Luxemburgo, hasta llegar finalmente a Bélgica, donde serían organizados y empleados en la lucha con sus vecinos del norte.

Sin embargo, esta, pese a ser la ruta más común no fue, ni de lejos, la única: un sinfín de itinerarios se trazaron a lo largo de los ochenta años de enfrentamiento, buscando la manera mas rápida y segura de trasladar el ejército hasta el lugar del conflicto.
De todos ellos merece la pena destacar el cambio producido en 1622 sobre las rutas convencionales, ya que, debido a la alianza del duque de Saboya con Francia, tuvieron que atravesar los Alpes por la zona de los valles suizos, llegando hasta el Tirol y pasando por la frontera sur de Alemania hasta llegar a Alsacia, después a Lorena y llegando finalmente a Flandes.

Como hemos visto, fue un medio útil para transportar a las tropas hacia los Países Bajos, y demostró su efectividad al mantenerse operativo durante casi toda la larga Guerra de los Ochenta Años contra los holandeses. De hecho, la  última vez que se usó el Camino Español fue en 1634, y en esta ocasión los Tercios se desviarían hacia Nördlingen, derrotando allí al ejército sueco, aliado de Francia en la Guerra de los Treinta Años, antes de continuar hacia Flandes.


A pesar de las muchas sombras del gobierno español en esa época, que acabó sumiendo al Estado en continuas crisis económicas que no tardaron en mostrar graves efectos demográficos, hay que reconocer la gran labor logística que supone conseguir transportar durante tantos años soldados, dinero y materiales a una región aislada del resto del territorio español como lo eran los Países Bajos.

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