Una carta para casa

Debido a mi afición literaria, he decidido iniciar una nueva sección en la que os dejaré algunos relatos, cómo no, con trasfondo histórico. Espero que les disfrutéis.
Empezamos con Una carta para casa, relato que escribí allá por 2014, sobre las crudas y difíciles vivencias de un soldado soviético (ficticio, claro) en la gélida y mortal Stalingrado.

Stalingrado, Diciembre de 1942
Un rifle Mosin-Nagant asomaba discretamente por una de las últimas casas de la ciudad bajo control soviético, a este lado del Volga. Un disparo rompió el inquietante silencio de la zona, atravesando el hombro de un desafortunado soldado alemán al otro lado de la calle. Un segundo disparo aseguraba su viaje a la otra vida. Apenas su compañero hubo reaccionado, una nueva bala de 7,62mm le rasgó la pierna, y mientras su vista se nublaba e intentaba desesperadamente ponerse a cubierto, otras dos penetraron en su vientre.
El autor de estos disparos, Alexánder Smirnov, se puso a cubierto mientras cargaba de nuevo sus 5 balas. Echó otro vistazo por la ventana. Dos fusileros alemanes avanzaban por el medio de la calle, desarmados y con las manos arriba.
-¡Malditos hijos de puta!- gritó su compañero mientras les abatía desde la ventana de al lado, con una ráfaga de su PPSh-41.
-¡Joder Mikail! ¿Eres gilipollas o qué te pasa? Ya verás como acabas respondiendo ante un tribunal militar. Si salimos de esta…
Su compañero soltó una carcajada.
-No vamos a salir de esta Alex, y lo sabes.
Lo sabía.
-¿Iván y Vasily siguen abajo, no?
-Sí, están vigilando la puerta.
-Bien, bien.
El joven Smirnov se sentó, apoyando su espalda en la pared agujereada por las balas, y sacó una carta arrugada de su bolsillo.
-Mierda, otra vez con la misma historia. ¿Se puede saber qué haces con eso?
-Lo sabes bien. Es la última carta de mi esposa, la última noticia que tuve de ella y de mi nueva familia.
-Más te valdría tener una buena foto suya para no pasar frío y tener algo que hacer cuando no estés ocupado-su compañero soltó otra de sus enormes carcajadas.
-Maldito salido... Cállate ya, así no hay quien lea.

“13 de Diciembre de 1942. Moscú.
Querido Alex:
Me gustaría que intentaras escribirme más a menudo. Desde que te mandaron a Stalingrado no sabemos nada de ti. Entiendo que en un sitio así no te es fácil abandonar tu puesto, ni mucho menos para mandar o recibir una carta, pero agradecería que aprovecharas algún momento para hacerlo. Aquí en casa estamos todos pendientes de las noticias del frente. En la radio han dicho que los alemanes tal vez detengan brevemente su ataque por el invierno que se les viene encima, así que agradecería que aprovecharas esa oportunidad para recibir esta carta y mandarnos otra contándonos cómo va todo.
También tengo noticias: como bien sabes, cuando te fuiste tan sólo quedaban un par de meses de mi embarazo. La semana pasada al fin nació. Es una niña preciosa. Lamento mucho que te hayas perdido este momento, pero espero que todo vaya bien por allí y que vuelvas pronto. ¡Y escríbenos!
Siempre tuya,
Nadia.”
El joven soviético suspiró, y guardó de nuevo su carta en el bolsillo.

2 de Enero de 1943. Moscú.
La familia Pavlova se reunía para cenar en su diminuta casa de las afueras. Al lado de la mesa, una pequeña mesilla sostenía la radio familiar, que se encontraba a todas horas dando el parte militar. Una vez se hubieron sentado todos, Nadia encendió la radio y empezaron a cenar en silencio, escuchando atentamente las noticias.
Al sur de nuestra gran Unión Soviética, la Gran Guerra Patria llega a un punto de estancamiento. Parte del ejército alemán se encuentra atascado en Stalingrado. Las tropas germanas, bajo las órdenes del General Friedrich Paulus han iniciado de nuevo la ofensiva contra la parte soviética de la ciudad, que fue detenida momentáneamente por el invierno. Nuestros muchachos luchan valientemente por cada metro cuadrado que defienden, y confiamos en que sabrán salir de esta. Mientras tanto, en el noroeste, la frágil paz establecida con Finlandia se tambalea y de nuevo las amenazas de ambos bandos han intensificado la situación.
Sabían perfectamente que la intención de los medios de comunicación no era solamente alertar de las últimas noticias, sino que también, en caso de derrota, intentarían taparlo todo lo posible para que no decayera la moral de la unión. Pero aun así, confiaban en que la situación de Alex no fuera del todo mala.
Pero aun así, la situación de Nadia no era menos. El parto había sido de lo más difícil, y por si fuera poco ahora tendría que cuidar sola a la niña hasta que volviera Alex. O quién sabe si para siempre. Lo que sí sabía seguro era que iba a tratar de no cometer los mismos errores que cometieron sus padres con ella. O, al menos, eso pensaba.
Quería que su hija fuera a una escuela normal y corriente, con los demás niños de su edad. No como ella, que creció durante la Revolución Rusa y, por si fuera poco, la Revolución de Octubre de 1917, que sumieron al país en una intensa guerra civil entre bolcheviques y zaristas. Ante el gran revuelo que esto causó, sus padres consideraron que tenerla en casa enclaustrada sería lo mejor para su seguridad. Puede que lo fuera, o puede que no, pero lo que es seguro es que ese hecho cambió su forma de ser de manera irreversible. Y por si fuera poco, los sustos que les daba su padre, acostumbrado al gobierno del Zar y a ideologías conservadoras, que de vez en cuando expresaba su ideología a los cuatro vientos sin temer represalias ni detenciones. Pero su familia sí lo temía.
-Jodidos bolcheviques y su jodido sistema. ¡En tiempos del zar no habría pasado esto y ya habríamos dado por culo a esos cabrones alemanes!
-Papá. –dijo su hija desde el otro lado de la mesa- Basta.
-No hija no, no basta. Yo me callo cuando quiero, ¿entiendes?
Su madre, para romper el ambiente hostil que se había creado, fue a su habitación, y volvió con un sobre arrugado y manchado.
-Hija –la anciana tendió el sobre a  Nadia- Es de Alex. Lo recibí esta mañana cuando estabas haciendo la compra.
-¡Oh dios mío! ¡Qué alegría! ¿Por qué has esperado tanto para dármelo?
-Hija mía, lo siento, pero quería dártelo ahora en la cena para que nos lo leyeras a todos.
Nadia abrió el desgastado sobre, que, cómo no, ya había sido sellado por las autoridades militares, y seguramente también lo habrían abierto para echar un vistazo a la carta y asegurarse de que no se trataba de ninguna traición o deserción por parte del soldado. 
“Querida Nadia,
Como bien decías, los krauts* han detenido su ofensiva unos pocos días por el invierno. He aprovechado para ir al cuartel general a por provisiones y a entregar la carta. De paso pregunté las órdenes del general Chuikov. Siguen siendo las mismas: resistir como sea hasta que lleguen los refuerzos.
Me alegro de sobremanera de que al fin haya nacido nuestra hija, aunque lamento no haber podido estar en el momento del parto. No te preocupes, volveré dentro de poco y cuidaremos de esa niña lo mejor que podamos, ya lo verás.
Por aquí de momento estamos bien, aunque seguimos nerviosos pues la ofensiva alemana se reanudará en unos pocos días.
Siempre tuyo,
Alex”
Pero la realidad era muy distinta.





15 de enero de 1943. Stalingrado.
No sabía cómo se habían podido torcer tanto las cosas. Desde que los alemanes reiniciaron la ofensiva, surgió de nuevo la pesadilla, y esta vez más terrible que nunca. Vasili estaba muerto, y Mijail se desangraba lentamente en la planta de abajo, sin que pudieran hacer nada por él. Todo por un francotirador. Y por si fuera poco, los bombardeos constantes les estaban volviendo locos. Todos los días les caían bombas del cielo que derribaban las casas contra las que impactaban. Y sabían que era cuestión de tiempo que les cayera alguna encima y les dejara enterrados entre los escombros. Pero lo peor era la incertidumbre de la espera. No sabían cuándo les iban a volver a atacar, ni cuando les bombardearían de nuevo. La espera les estaba matando. Llevaban días sin dormir. Ivan no podía aguantarlo más.
-Me largo.
-¿¡Qué?! ¿¡Estás loco?!
El impulsivo soviético salió sin más de la casa. Pero no sabía a dónde ir. Había escombros por todas partes. Intentó correr desesperadamente, sin saber muy bien lo que hacía, metiéndose en la boca del lobo sin darse cuenta. Un sólo disparo. Solitario, pero mortal. El cuerpo de Ivan se desplomó sobre la acera. Varios metros más allá, un alemán recargaba su fusil. Ya sólo quedaba uno. Escondido como una rata y probablemente desquiciado.
Alex no sabía qué hacer. Se le había ido todo de las manos. No podía huir, ni desertar, ya que moriría de todas formas, o bien por una bala alemana o bien fusilado por uno de sus propios compañeros, gracias a la despreciable ley del “¡Ni un paso atrás!”

_____________

Los bombardeos habían terminado. Casas derribadas por doquier. El Lieutenant** alemán Hermann von Manstein avanzó decidido por la destartalada calle con los pocos hombres que le quedaban. Le alegraba ver que la resistencia rusa había sido diezmada en esta zona, gracias a los bombardeos. Pero más le alegraba saber que, en especial, la casa que defendía y bloqueaba la calle Zhukova, había caído. El hijo de puta que se alojaba en ella había matado a dos de sus compañeros. A dos de sus amigos. Llevaba con ellos desde que comenzó Barbarroja, y no se había separado ni un instante de ellos. Erich y su anhelo de volver a ver a su madre, Hans y su obsesión por los barcos… Ahora estaban muertos. Pero el bastardo que les asesinó también yacía enterrado bajo los escombros de su refugio. Entró en la casa destrozada para quitarle lo que pudiera, sobre todo su uniforme, perfecto para aguantar el invierno. Y allí estaba, en el piso de arriba, el cadáver del hombre que le había arrebatado todo al joven teniente alemán. Le quitó el abrigo para ponérselo después, y en su bolsillo encontró una carta en ruso que no supo leer, que aquel soviético no llegó a mandar.


“Nadia mi amor, tengo buenas noticias. Dentro de cinco días llegarán los refuerzos y el general Chuikov nos dejará salir de aquí. Podré volver a casa contigo y con la niña, y ya nunca me iré.***
Un beso,
Alex.”



*kraut: en alemán significa ''repollo'' y fue uno de los nombres despectivos dados a los alemanes durante las dos guerras mundiales debido a que era un plato típico de allí. 
**Lieutenant: Teniente.
*** Pese a lo que le hayan podido prometer a nuestro joven Alexander, lo cierto es que es muy poco probable, por no decir prácticamente imposible, que en medio de la Batalla de Stalingrado pudiera abandonar la ciudad, ya que todos los efectivos militares debían permanecer en la ciudad, sin descanso, y la mayoría de los barcos estacionados en el Volga se empleaban en el transporte de soldados.


¿Qué os ha parecido? ¿Os gustaría que siguiera incluyendo, alguna que otra vez, relatos de este tipo?
Si os ha gustado, podéis encontrar más de mis relatos (algunos históricos y otros, no tanto) en http://versosdesdeelaverno.blogspot.com.es/


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